Como una de esas películas clásicas de cine de negro donde al final de la misma, las piezas parecen comenzar a encajar una con otra por el arte del birli birloque, mientras una voz en off no deja de repetir eso de: “como no hemos podido darnos cuenta, lo teníamos delante de nuestras narices todo el tiempo”, los acontecimientos sucedidos el pasado miércoles 6 de enero en el Capitolio de los Estados Unidos de América nos debe servir para comenzar a entender que los hechos siempre han estado ahí, que las pistas las teníamos delante de nuestras narices y que de nosotros y nosotras depende que encajen en su forma natural, el fascismo.
Al igual que el capitalismo, el fascismo cobra múltiples formas para adecuarse a esa estructura sobre la cual parasitar. Tal como afirma Umberto Eco, un fascismo que se alimenta de la frustración individual o social reivindica un culto a una tradición excluyente que implica el rechazo a la modernidad. Un fascismo que se basa en el culto a la masculinidad toxica y que difícilmente puede aceptar el pensamiento crítico. Un fascismo de identidad militarista que necesita de héroes sobre los que justificar su leyenda. Al igual que esas viejas películas, me pregunto “como no hemos podido darnos cuenta, lo teníamos delante de nuestras narices todo el tiempo”. ¿De verdad no nos dimos cuenta?
Una turba armada ha asaltado este miércoles el Capitolio de los Estados Unidos de América, enardecida por las denuncias de fraude electoral del presidente Donald Trump, justo momentos después de que su propio vicepresidente, Mike Pence, se negara a rechazar los resultados de las elecciones presidenciales. Provocando que, el Senado fuese evacuado, quedando la Cámara aislada, con los diputados encerrados dentro, rodeados por una multitud armada, tal y como los propios Estados Unidos han venido haciendo hasta ahora, cada vez que el poder popular depositaba su confianza en algún líder no reconocido por los intereses oligarcas del imperialismo estadounidense. Casos como el bloqueo a Cuba o a Venezuela, o el asalto al Palacio de la Moneda de Chile en el año 1973, entre tantos, no han sido más que la precuela de esta cruel película donde los intereses de esta plutocracia juegan su particular guerra de posiciones para mantener sus privilegios de clase vigentes a través de un escenario cada vez más dinámico.
Hace 90 años, 40.000 fascistas alentados por Benito Mussolini recorrieron Italia a pie hasta Roma, armados con palos, para instaurar el modelo fascista que inspiraría después a Hitler y Franco. El 24 de octubre de 1922, en Nápoles el fascista italiano pronuncio la siguiente frase: “Os digo con toda solemnidad: o se nos entrega el Gobierno o lo tomaremos marchando sobre Roma”. El 6 de enero de 2021, bajo la premisa de obtener el poder a través de la fuerza en un manifiesto Golpe de Estado, Trump incitó a la población a marchar hacia el Capitolio para cambiar el curso de una democracia, tal y como han venido desarrollando a lo largo de su historia en cada uno de los rincones del mundo. De verdad, ¿no lo vimos venir? La historia siempre se repite, primero como tragedia, y después como farsa. Y si algo nos han enseñado la historia del siglo XX es como terminan todas estas manifestaciones.
Cuando visten como fascistas, hablan como fascistas y actúan como fascistas, solo pueden ser una cosa, es el momento de que comencemos a llamar a cada cosa por su nombre. Es el momento de dejar de mirar hacia otro lado. No volvamos a repetir eso de “como no hemos podido darnos cuenta, lo teníamos delante de nuestras narices todo el tiempo”
Israel López Marín
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