“El resultado fue que, a partir de los años 70
del siglo XX, pero, sobre todo, a partir de los 90, se diera una valorización sin
precedentes, en lo que se ha venido a denominar culto al cuerpo.”.
Martínez Guirao. “Construyendo los cuerpos
‘perfectos’”
Introducción.
Ente otras tantas lecciones que nos puede enseñar el deporte, y en concreto, estas recientes olimpiadas celebradas en la ciudad de Tokio, Japón, podemos destacar aquellas derivadas del manido mensaje del fair play, o “juego limpio”, deportividad… sin embargo, ningún espacio se encuentra exento del modelo de masculinidad tradicional hegemónica, capaz, como el propio capitalismo de mutar para adaptarse en cada contexto, como de permear cualquier evento. Esta proyección de una masculinidad triunfadora, portadora de una vigorizada fuerza física y de gestos rudos y agresivos ha sido el gran escaparate de un evento deportivo de gran calado internacional En la actualidad, la visión de imágenes publicitarias, tal y como expone Martínez Guirao,[1] supone el desarrollo de modelos masculinos definidos que, sin duda, influye en la percepción corporal de los adolescentes varones y cómo estos encuentran en Internet un refuerzo de este ideal de belleza, la idea del cuerpo como realidad simbólica en el cual la sociedad y la cultura se manifiestan, y de la alimentación como hecho social total. Gestos como el del tenista de origen serbio Novak Djokovic, y sus salidas “fuera de tono”, responden, sin duda, a este modelo de idea de cuerpo, atlético, definido… a la par que, desafiante, rudo, individualista y competitivo. Modelo que destaca frente a la opción de Simone Biles, deportista de elite que decidió tomarse un tiempo de descanso para poner los cuidados en el centro de su vida.
La representación visual de la masculinidad.
Es necesario
entender todo el fenómeno existente en torno al “culto al cuerpo” como un fenómeno
de gran impronta en las sociedades occidentales actuales. Solo es necesario
poner la televisión, o pasearse por el entorno urbano de cualquier ciudad para
poder observar la cantidad de mensajes capaces de relacionar ámbitos como la
belleza, la juventud, la delgadez y la forma física, con el éxito. Como en un
viejo patrón de belleza heredado del mundo clásico, nos venden a modo de
producto de consumo un modelo multidimensional donde convergen factores como la
salud, la estética o el placer.
Es cierto que,
es necesario modificar hábitos y costumbres para alcanzar una mayor salud, mayor
longevidad y conseguir un envejecimiento más activo, una vez superada la vieja
censura en la búsqueda de placer corporal. Sin embargo, las formas corporales
han seguido la tendencia de ser exhibidas a modo de proyección de un nuevo
modelo estético, que, de manera inequívoca, responde a un modelo tradicional
hegemónico.
Los dos elementos claves por los que se
instituye y actúa son: el lenguaje y representaciones culturales. Un ejemplo es
la presión estética como forma de esta forma de violencia sexista. El cuerpo y
sobre todo su culto, ha condicionado la estética a lo largo de la historia y en
las diferentes culturas. No es nuevo que hoy en día en nuestra sociedad se le siga
dando más importancia al cuerpo de la mujer que al del hombre. Mientras que al
hombre se le relaciona con la fuerza, el vigor y el poder, a la mujer se le
asocia con la belleza, el atractivo sexual y la sensibilidad. En las diversas
etapas de la historia y en las diferentes culturas se han ido imponiendo y
distintos cánones de belleza, y muchos hombres y mujeres se han visto obligados
a seguirlos y cumplirlos, es decir lo que hoy consideramos bello y deseamos
alcanzar a toda costa, difiere de lo que se consideraba bello antes, incluso no
es igual en los diferentes lugares del mundo. Lo que sí tienen en común es que,
en la mayoría de los casos, adaptarse a los distintos patrones de belleza ha
supuesto y supone un riesgo para la salud tanto física como emocional. Por otro
lado, la gran influencia que tienen sobre nosotros y nosotras los medios de
comunicación y la revalorización de modelos corporales que como consecuencia
pueden generar el desprecio por todo aquello que no se ajusta a los mismos, nos
ha llevado a asimilar erróneamente estos cánones con el éxito tanto emocional
como profesional y social. La televisión y los medios de comunicación, tienen
el poder de crear valores sociales y ejercer influencia en las personas porque
ofrecen definiciones, presentan modelos, promueven estereotipos y pueden ser un
exponente de cambios (violencia simbólica).
El modelo de masculinidad hegemónica tradicional, se encuentra representado por un hombre blanco y heterosexual. Un modelo que actúa como el pilar ideológico de la sociedad occidental. Una sociedad que se vertebra desde el modelo económico capitalista hacia el machismo como eje de este sistema hegemónico. Este modelo, sin duda, desarrolla claras desigualdades de carácter estructural y jerárquico que relegan y discriminan a las personas en función de su género, la raza, la clase social, la sexualidad, la edad, la nacionalidad, etc., entendiendo la diversidad entre las personas como una tara, o un obstáculo para mantener el statu quo, en vez de comprenderlo desde una perspectiva intercultural capaz de aportar una dimensión basada en el establecimiento de relaciones basadas en la igualdad. Un modelo que genera desigualdad y que , por tanto, es responsable de la perpetuidad del sexismo, del racismo, la homofobia, etc., en nuestras sociedades.
Desde
los estudios de las masculinidades se ha discutido que, a través de las
representaciones masculinas de la televisión, el cine y los deportes, se
refuerzan varias creencias respecto a los hombres tales como que son invulnerables,
violentos, tienen una sexualidad descontrolada, y ante todo deben realizar
actos heroicos (Kimmel, 2011[2]).
A finales del
siglo XX, surge en el contexto de los estudios de género, y a través de la
teoría feminista, los llamados estudios de las masculinidades con perspectiva
de género. Estudios cuyo fin consistía en poder profundizar en la masculinidad,
no como un concepto estático y único, sino como un constructo de carácter
cultural, dinámico y diverso. Un constructo que, por tanto, es permeable a la
socio-histórico culturales del contexto donde se desarrolla y, por ende,
susceptible de ser deconstruido.
Es cierto que,
el desarrollo de los estudios de género ha sido abordado más desde el punto de
vista de la feminidad que de la masculinidad, debido en gran parte al
compromiso de las compañeras feministas por el desarrollo de un campo de
conocimiento propio, surgiendo una diferencia entre ambos campos de estudio en
cuanto a progreso. Través de ellos,
podemos entender como el género son configuraciones de prácticas y hábitos que
son construidos y transformados a través del paso del tiempo. A diferencia del sexo, que tiene que ver con
el desarrollo biológico del propio cuerpo, la masculinidad y la feminidad
surgen del condicionamiento cultural del comportamiento.
Aunque existen diferentes formas de ejercer
la masculinidad, la mayoría de los hombres se apropian de los ideales de la
masculinidad hegemónica (Connell, 2005[3]),
que básicamente consisten en una oposición a cualquier alternativa que es identificada
inmediatamente como no masculina; así, los comportamientos de riesgo, la fuerza
física, el estoicismo, la dureza emocional, y el papel de proveedor económico
son parte del discurso dominante de la masculinidad.
El modelo que
impone la masculinidad hegemónica tradicional se encuentra en una posición jerárquica
de poder, no solo sobre las mujeres, sino sobre cualquier modelo de
masculinidad que no encaje en ese perfil dictaminado por este modelo toxico, un
sistema ideológico que sirve de burda justificación para la dominación de los
hombres. Un sistema en el que aquellos hombres que actúan como cómplices
disfrutan de los beneficios materiales, físicos y simbólicos de la
subordinación de la mujer y de otras formas genéricas alternativas, de otras
clases sociales, religiones y etnias. Un sistema ideológico, en el que la
masculinidad tradicional hegemónica, a través de su representación simbólica, diseña
el modo en el que las personas entenderán y experimentarán el mundo sin
importar su sexo.
En este sistema
de creencias, tal y como expone Martinez Guirao[4],
el cuerpo masculino se vuelve el centro de atención: cómo, cuándo, dónde y qué
se come, las actividades motrices que se realizan, y el tiempo libre o de ocio,
se ven enormemente condicionados, si no determinados, por el cuerpo o los
efectos deseables o indeseados que pueden producir sobre él. La ingesta de
algunos alimentos se considera tabú porque los discursos médicos hegemónicos
los califican como nocivos para la salud o porque van en contra de los cánones
morfológicos ideales.
La persecución
de este modelo de cuerpo físico masculino, basado en la hipertrofia muscular se
encuentra sometido a una particular cosmovisión donde el gimnasio los rituales
de alimentación, de entrenamiento, de higiene, de estética que giran en torno
al objetivo de alcanzar un cuerpo caracterizado por la gran masa muscular. Por
ello, el cuerpo se convierte en un mero objeto e instrumento donde la salud, la
estética y el ocio, coexisten con relativa tensión anteponiéndose en función
del contexto unos por delante de otros.
A través del artículo de Octavio Salazar[5],
entender los modelos de masculinidad actuales, es entender un modelo que más
bien responde a una larga tradición de hipermasculinidad que a lo largo del
tiempo se ha encarnado en diferentes formas. Ese hombre que se expresa a través
de una determinada estética e indumentaria, reproducida a su vez por personajes
tan mediáticos como jugadores de fútbol o cantantes de moda, y que va más allá
de la figura del metrosexual de hace unas décadas.
Sin lugar a
dudas, este modelo de masculinidad que, pretender infundir una nueva imagen de
cambio y progreso sobre el modelo imperante, solamente actúa como una mera
demanda del mercado, como un producto de consumo más, en una marcada sociedad
de consumo que se alimenta de los deseos individuales y de un determinado canon
de belleza. Por ello, una clara evidencia de cómo el capitalismo y el patriarcado
se reinventan de manera constante y de cómo el machismo absorbe a todos y a
todas, marcando nuestras opciones, prioridades y deseos.
Este modelo de
cuerpo de hombre que desde los medios de comunicación de masas nos intenta
convencer a través de recursos publicitarios es interiorizado y deseado por los
hombres, de manera consciente o inconsciente. De modo que, cuanto más se
distancie este ideal de su condición física, más insatisfecho se sentirá.
Pensando, de manera ingenua, que acercándose a este nuevo ideal de belleza será
más sencillo poder alcanzar el éxito a cualquier nivel. Situación que determina, de forma clara, el
origen y desarrollo de la vigorexia masculina, inducida en gran medida por el
uso estereotipado de la imagen del hombre para captar la atención de
determinadas audiencias.
Bourdieu (2000[6])
señala, que la construcción social del cuerpo sostiene una correspondencia
entre lo “físico” y lo “moral”, ya que ciertas maneras de mover el cuerpo, el
porte, el cuidado, expresan la naturaleza de las personas.
A
través de los usos y las representaciones corporales que a través de la
masculinidad tradicional hegemónica son aprendidos y aprehendidos a través del
traspaso de las técnicas corporales de generación en generación. Entender el
cuerpo de los hombres como salvaje, en estado de pureza, oculta la
estructuración social significativa que los actores hacen sobre su cuerpo;
desfigura la estrategia, entendida según los parámetros de Bourdieu (1988), de
posicionamiento social realizada a través de una definida y elaborada creación
de una manera de estar en el mundo. Bourdieu dice “Los habitus son principios
generadores de prácticas distintas y distintivas, pero también son esquemas
clasificatorios, principios de clasificación (1997)[7].”
La estrategia es hacer de su habitus una señal de distinción.
Tal y como
afirma Connell[8], no se
puede entender cómo funciona la masculinidad sin atender a su dimensión
relacional, es decir, la masculinidad solo existe como oposición a la
feminidad, clasificando e identificando a hombres y mujeres a los que
prescriben características que son a su vez manifestadas en sus cuerpos. Es por
ello necesario tener claro que, no existe un único modelo de masculinidad, sino
que, además, es frecuente la coexistencia de diferentes modelos de
masculinidad, o masculinidades.
Tal y como
expone Martínez Guirao[9],
el culto al cuerpo en la masculinidad mayoritaria, o hegemónica, se centra en
la estética principalmente, y deja la salud en un segundo plano., y solo a
partir de cierta edad, y cuando el cuerpo ha sufrido los efectos propios del
desgaste físico del paso del tiempo y cuando las lesiones se hacen más
frecuentes, el rendimiento físico disminuye y aparecen los problemas de la
edad, es cuando aparece cierto temor y preocupación en los hombres que
comienzan a temer por su integridad física o por su propia vida, y a asimilar
que no pueden someter al cuerpo a los excesos a los que los estaba exponiendo.
Sin
dudas, el deporte de masas es probablemente, la actividad con mayor impacto
mediático capaz de legitimar el modelo de masculinidad tradicional hegemónica. Aspectos
como la fuerza, la habilidad y la condición física, son cualidades del sistema
patriarcal, privilegiando y jerarquizando las relaciones de socialización en
los diferentes espacios. En la escuela aparecen espacios, como el recreo o los
vestuarios, en los que se regula la corporeidad de los chicos bajo la
vigilancia y el control normativo en las relaciones de proximidad; cualquier
forma de masculinidad que se sitúe fuera de los límites normativos hegemónicos
y heterosexuales, es colocada en lugares de subordinación y humillación.
A modo de conclusión.
En la
actualidad, la preocupación por el aspecto físico y la imagen, ya no es algo ni
centralizado en la mujer ni latente en el mundo del hombre. Los hombres se
cuidan y no lo ocultan. La Revolución Industrial supuso un cambio en la
concepción de la sociedad y del rol del hombre en la misma; y el siglo XX le
abrió las puertas como sujeto activo dentro del mundo de la moda, la estética y
la belleza física; un terreno anteriormente dedicado y vinculado casi con
exclusividad al sexo femenino.
Este cambio está
sujeto de manera directa con el auge en la década de los 90 del pasado Siglo XX
por una valorización del culto al cuerpo sin precedentes. Un culto al cuerpo
orientado al desarrollo de una tonificación física, en los hombres,
caracterizado por la hipertrofia muscular, conseguido, en muchas ocasiones, a
través de métodos opuestos al ideal de salud.
El cambio de rol
social, que se ha producido sobre la figura masculina en referencia al
denominado “culto al cuerpo” en los últimos tiempos, ha imbuido al hombre en el
campo de la estética y la belleza física de tal forma que éste ha sido incapaz
de escapar a su influencia, algo que, sin duda, el sistema patriarcal, y con
ello la masculinidad tradicional hegemónica ha sabido apropiar como un ámbito
de desarrollo de los contravalores de una masculinidad tradicional basada en la
fuerza física, en el uso de la violencia, el poder y una sexualidad
depredadora.
Desde la
perspectiva de las masculinidades igualitarias, es nuestro deber caminar hacia
la construcción de una sociedad, con un sistema de valores basados en la
empatía, en un profundo autoconcepto. Un sistema de valores que entienda la
diversidad, cualquier tipo de diversidad como un espacio para compartir y para
crecer de manera compartida. Frente al modelo patriarcal de culto al cuerpo,
como una esfera de poder donde reivindicar la fuerza física, desde las
masculinidades igualitarias, debemos reivindicar el valor de la diversidad en
los cuerpos, con el fin de poder liberarnos de los cánones de belleza que rige
el sistema patriarcal.
Tomás Israel López Marín
Agosto de 2023
Bibliografía.
-Bourdieu, P. (1997).
Razones prácticas. Anagrama, Barcelona.
- Bourdieu,
P. (2000). La dominación masculina. Anagrama, Barcelona.
-Connell, R. W.
(2003). Masculinidades. Ciudad de México; UNAM.
-Connell, R. W.
(2005). Masculinities (2nd Ed.). Berkeley, CA: University of California Press.
- Kimmel, M.
(2011). The gendered society (4th Ed.). New York: Oxford University Press.
- Martínez
Guirao, J. E. (2014) “Construyendo los cuerpos “perfectos”. Implicaciones
culturales del culto al cuerpo y la alimentación en la vigorexia”. Universitas,
nº 21, pp. 77-99.
- Martínez
Guirao, J. E. (2019) “Cuerpos en riesgo. Implicaciones y consecuencias de la
masculinidad en las corporeidades”. En Martínez Guirao, J.E.; Téllez Infantes,
A.; y Sanfélix Albelda, J. (Eds.) Deconstruyendo la masculinidad. Cultura,
género e identidad. Valencia: Tirant Lo Blanch, pp. 85-109.
Material complementario.
-ADIÓS AL TRONISTA? http://lashoras-octavio.blogspot.com/2021/05/adios-al-tronista.html?m=1
[1] Martínez
Guirao, J. E. (2014) “Construyendo los cuerpos “perfectos”. Implicaciones
culturales del culto al cuerpo y la alimentación en la vigorexia”. Universitas,
nº 21, pp. 77-99.
[2] Kimmel,
M. (2011). The gendered society (4th Ed.). New York: Oxford University Press.
[3] Connell,
R. W. (2005). Masculinities (2nd Ed.). Berkeley, CA: University of California
Press
[4] Martínez
Guirao, J. E. (2014) “Construyendo los cuerpos “perfectos”. Implicaciones
culturales del culto al cuerpo y la alimentación en la vigorexia”. Universitas,
nº 21, pp. 77-99.
[5] ¿ADIÓS
AL TRONISTA?
http://lashoras-octavio.blogspot.com/2021/05/adios-al-tronista.html?m=1
[6]
Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Anagrama, Barcelona.
[7]
Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas. Anagrama, Barcelona.
[8] Connell,
R. (2003). Masculinidades. Ciudad de México; UNAM.
[9] Martínez
Guirao, J. E. (2019) “Cuerpos en riesgo. Implicaciones y consecuencias de la
masculinidad en las corporeidades”. En Martínez Guirao, J.E.; Téllez Infantes,
A.; y Sanfélix Albelda, J. (Eds.) Deconstruyendo la masculinidad. Cultura,
género e identidad. Valencia: Tirant Lo Blanch, pp. 85-109.
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