sábado, 26 de agosto de 2023

CREENCIAS, CUERPOS Y REPRESENTACIONES DE LAS MASCULINIDADES

“El resultado fue que, a partir de los años 70 del siglo XX, pero, sobre todo, a partir de los 90, se diera una valorización sin precedentes, en lo que se ha venido a denominar culto al cuerpo.”.

Martínez Guirao. “Construyendo los cuerpos ‘perfectos’”

 


Introducción.

Ente otras tantas lecciones que nos puede enseñar el deporte, y en concreto, estas recientes olimpiadas celebradas en la ciudad de Tokio, Japón, podemos destacar aquellas derivadas del manido mensaje del fair play, o “juego limpio”, deportividad… sin embargo, ningún espacio se encuentra exento del modelo de masculinidad tradicional hegemónica, capaz, como el propio capitalismo de mutar para adaptarse en cada contexto, como de permear cualquier evento. Esta proyección de una masculinidad triunfadora, portadora de una vigorizada fuerza física y de gestos rudos y agresivos ha sido el gran escaparate de un evento deportivo de gran calado internacional    En la actualidad, la visión de imágenes publicitarias, tal y como expone Martínez Guirao,[1] supone el desarrollo de modelos masculinos definidos que, sin duda, influye en la percepción corporal de los adolescentes varones y cómo estos encuentran en Internet un refuerzo de este ideal de belleza, la idea del cuerpo como realidad simbólica en el cual la sociedad y la cultura se manifiestan, y de la alimentación como hecho social total. Gestos como el del tenista de origen serbio Novak Djokovic, y sus salidas “fuera de tono”, responden, sin duda, a este modelo de idea de cuerpo, atlético, definido… a la par que, desafiante, rudo, individualista y competitivo. Modelo que destaca frente a la opción de Simone Biles, deportista de elite que decidió tomarse un tiempo de descanso para poner los cuidados en el centro de su vida.

La representación visual de la masculinidad.

Es necesario entender todo el fenómeno existente en torno al “culto al cuerpo” como un fenómeno de gran impronta en las sociedades occidentales actuales. Solo es necesario poner la televisión, o pasearse por el entorno urbano de cualquier ciudad para poder observar la cantidad de mensajes capaces de relacionar ámbitos como la belleza, la juventud, la delgadez y la forma física, con el éxito. Como en un viejo patrón de belleza heredado del mundo clásico, nos venden a modo de producto de consumo un modelo multidimensional donde convergen factores como la salud, la estética o el placer.

Es cierto que, es necesario modificar hábitos y costumbres para alcanzar una mayor salud, mayor longevidad y conseguir un envejecimiento más activo, una vez superada la vieja censura en la búsqueda de placer corporal. Sin embargo, las formas corporales han seguido la tendencia de ser exhibidas a modo de proyección de un nuevo modelo estético, que, de manera inequívoca, responde a un modelo tradicional hegemónico.

Los dos elementos claves por los que se instituye y actúa son: el lenguaje y representaciones culturales. Un ejemplo es la presión estética como forma de esta forma de violencia sexista. El cuerpo y sobre todo su culto, ha condicionado la estética a lo largo de la historia y en las diferentes culturas. No es nuevo que hoy en día en nuestra sociedad se le siga dando más importancia al cuerpo de la mujer que al del hombre. Mientras que al hombre se le relaciona con la fuerza, el vigor y el poder, a la mujer se le asocia con la belleza, el atractivo sexual y la sensibilidad. En las diversas etapas de la historia y en las diferentes culturas se han ido imponiendo y distintos cánones de belleza, y muchos hombres y mujeres se han visto obligados a seguirlos y cumplirlos, es decir lo que hoy consideramos bello y deseamos alcanzar a toda costa, difiere de lo que se consideraba bello antes, incluso no es igual en los diferentes lugares del mundo. Lo que sí tienen en común es que, en la mayoría de los casos, adaptarse a los distintos patrones de belleza ha supuesto y supone un riesgo para la salud tanto física como emocional. Por otro lado, la gran influencia que tienen sobre nosotros y nosotras los medios de comunicación y la revalorización de modelos corporales que como consecuencia pueden generar el desprecio por todo aquello que no se ajusta a los mismos, nos ha llevado a asimilar erróneamente estos cánones con el éxito tanto emocional como profesional y social. La televisión y los medios de comunicación, tienen el poder de crear valores sociales y ejercer influencia en las personas porque ofrecen definiciones, presentan modelos, promueven estereotipos y pueden ser un exponente de cambios (violencia simbólica).

El modelo de masculinidad hegemónica tradicional, se encuentra representado por un hombre blanco y heterosexual. Un modelo que actúa como el pilar ideológico de la sociedad occidental. Una sociedad que se vertebra desde el modelo económico capitalista hacia el machismo como eje de este sistema hegemónico. Este modelo, sin duda, desarrolla claras desigualdades de carácter estructural y jerárquico que relegan y discriminan a las personas en función de su género, la raza, la clase social, la sexualidad, la edad, la nacionalidad, etc., entendiendo la diversidad entre las personas como una tara, o un obstáculo para mantener el statu quo, en vez de comprenderlo desde una perspectiva intercultural capaz de aportar una dimensión basada en el establecimiento de relaciones basadas en la igualdad. Un modelo que genera desigualdad y que , por tanto, es responsable de la perpetuidad del sexismo, del racismo, la homofobia, etc., en nuestras sociedades.

Desde los estudios de las masculinidades se ha discutido que, a través de las representaciones masculinas de la televisión, el cine y los deportes, se refuerzan varias creencias respecto a los hombres tales como que son invulnerables, violentos, tienen una sexualidad descontrolada, y ante todo deben realizar actos heroicos (Kimmel, 2011[2]).

A finales del siglo XX, surge en el contexto de los estudios de género, y a través de la teoría feminista, los llamados estudios de las masculinidades con perspectiva de género. Estudios cuyo fin consistía en poder profundizar en la masculinidad, no como un concepto estático y único, sino como un constructo de carácter cultural, dinámico y diverso. Un constructo que, por tanto, es permeable a la socio-histórico culturales del contexto donde se desarrolla y, por ende, susceptible de ser deconstruido.

Es cierto que, el desarrollo de los estudios de género ha sido abordado más desde el punto de vista de la feminidad que de la masculinidad, debido en gran parte al compromiso de las compañeras feministas por el desarrollo de un campo de conocimiento propio, surgiendo una diferencia entre ambos campos de estudio en cuanto a progreso.  Través de ellos, podemos entender como el género son configuraciones de prácticas y hábitos que son construidos y transformados a través del paso del tiempo.  A diferencia del sexo, que tiene que ver con el desarrollo biológico del propio cuerpo, la masculinidad y la feminidad surgen del condicionamiento cultural del comportamiento.

Aunque existen diferentes formas de ejercer la masculinidad, la mayoría de los hombres se apropian de los ideales de la masculinidad hegemónica (Connell, 2005[3]), que básicamente consisten en una oposición a cualquier alternativa que es identificada inmediatamente como no masculina; así, los comportamientos de riesgo, la fuerza física, el estoicismo, la dureza emocional, y el papel de proveedor económico son parte del discurso dominante de la masculinidad.

El modelo que impone la masculinidad hegemónica tradicional se encuentra en una posición jerárquica de poder, no solo sobre las mujeres, sino sobre cualquier modelo de masculinidad que no encaje en ese perfil dictaminado por este modelo toxico, un sistema ideológico que sirve de burda justificación para la dominación de los hombres. Un sistema en el que aquellos hombres que actúan como cómplices disfrutan de los beneficios materiales, físicos y simbólicos de la subordinación de la mujer y de otras formas genéricas alternativas, de otras clases sociales, religiones y etnias. Un sistema ideológico, en el que la masculinidad tradicional hegemónica, a través de su representación simbólica, diseña el modo en el que las personas entenderán y experimentarán el mundo sin importar su sexo.

En este sistema de creencias, tal y como expone Martinez Guirao[4], el cuerpo masculino se vuelve el centro de atención: cómo, cuándo, dónde y qué se come, las actividades motrices que se realizan, y el tiempo libre o de ocio, se ven enormemente condicionados, si no determinados, por el cuerpo o los efectos deseables o indeseados que pueden producir sobre él. La ingesta de algunos alimentos se considera tabú porque los discursos médicos hegemónicos los califican como nocivos para la salud o porque van en contra de los cánones morfológicos ideales.

La persecución de este modelo de cuerpo físico masculino, basado en la hipertrofia muscular se encuentra sometido a una particular cosmovisión donde el gimnasio los rituales de alimentación, de entrenamiento, de higiene, de estética que giran en torno al objetivo de alcanzar un cuerpo caracterizado por la gran masa muscular. Por ello, el cuerpo se convierte en un mero objeto e instrumento donde la salud, la estética y el ocio, coexisten con relativa tensión anteponiéndose en función del contexto unos por delante de otros.

A través del artículo de Octavio Salazar[5], entender los modelos de masculinidad actuales, es entender un modelo que más bien responde a una larga tradición de hipermasculinidad que a lo largo del tiempo se ha encarnado en diferentes formas. Ese hombre que se expresa a través de una determinada estética e indumentaria, reproducida a su vez por personajes tan mediáticos como jugadores de fútbol o cantantes de moda, y que va más allá de la figura del metrosexual de hace unas décadas.

Sin lugar a dudas, este modelo de masculinidad que, pretender infundir una nueva imagen de cambio y progreso sobre el modelo imperante, solamente actúa como una mera demanda del mercado, como un producto de consumo más, en una marcada sociedad de consumo que se alimenta de los deseos individuales y de un determinado canon de belleza. Por ello, una clara evidencia de cómo el capitalismo y el patriarcado se reinventan de manera constante y de cómo el machismo absorbe a todos y a todas, marcando nuestras opciones, prioridades y deseos.

Este modelo de cuerpo de hombre que desde los medios de comunicación de masas nos intenta convencer a través de recursos publicitarios es interiorizado y deseado por los hombres, de manera consciente o inconsciente. De modo que, cuanto más se distancie este ideal de su condición física, más insatisfecho se sentirá. Pensando, de manera ingenua, que acercándose a este nuevo ideal de belleza será más sencillo poder alcanzar el éxito a cualquier nivel.  Situación que determina, de forma clara, el origen y desarrollo de la vigorexia masculina, inducida en gran medida por el uso estereotipado de la imagen del hombre para captar la atención de determinadas audiencias.

Bourdieu (2000[6]) señala, que la construcción social del cuerpo sostiene una correspondencia entre lo “físico” y lo “moral”, ya que ciertas maneras de mover el cuerpo, el porte, el cuidado, expresan la naturaleza de las personas.

A través de los usos y las representaciones corporales que a través de la masculinidad tradicional hegemónica son aprendidos y aprehendidos a través del traspaso de las técnicas corporales de generación en generación. Entender el cuerpo de los hombres como salvaje, en estado de pureza, oculta la estructuración social significativa que los actores hacen sobre su cuerpo; desfigura la estrategia, entendida según los parámetros de Bourdieu (1988), de posicionamiento social realizada a través de una definida y elaborada creación de una manera de estar en el mundo. Bourdieu dice “Los habitus son principios generadores de prácticas distintas y distintivas, pero también son esquemas clasificatorios, principios de clasificación (1997)[7].” La estrategia es hacer de su habitus una señal de distinción.

Tal y como afirma Connell[8], no se puede entender cómo funciona la masculinidad sin atender a su dimensión relacional, es decir, la masculinidad solo existe como oposición a la feminidad, clasificando e identificando a hombres y mujeres a los que prescriben características que son a su vez manifestadas en sus cuerpos. Es por ello necesario tener claro que, no existe un único modelo de masculinidad, sino que, además, es frecuente la coexistencia de diferentes modelos de masculinidad, o masculinidades.

Tal y como expone Martínez Guirao[9], el culto al cuerpo en la masculinidad mayoritaria, o hegemónica, se centra en la estética principalmente, y deja la salud en un segundo plano., y solo a partir de cierta edad, y cuando el cuerpo ha sufrido los efectos propios del desgaste físico del paso del tiempo y cuando las lesiones se hacen más frecuentes, el rendimiento físico disminuye y aparecen los problemas de la edad, es cuando aparece cierto temor y preocupación en los hombres que comienzan a temer por su integridad física o por su propia vida, y a asimilar que no pueden someter al cuerpo a los excesos a los que los estaba exponiendo.

Sin dudas, el deporte de masas es probablemente, la actividad con mayor impacto mediático capaz de legitimar el modelo de masculinidad tradicional hegemónica. Aspectos como la fuerza, la habilidad y la condición física, son cualidades del sistema patriarcal, privilegiando y jerarquizando las relaciones de socialización en los diferentes espacios. En la escuela aparecen espacios, como el recreo o los vestuarios, en los que se regula la corporeidad de los chicos bajo la vigilancia y el control normativo en las relaciones de proximidad; cualquier forma de masculinidad que se sitúe fuera de los límites normativos hegemónicos y heterosexuales, es colocada en lugares de subordinación y humillación.

A modo de conclusión.

En la actualidad, la preocupación por el aspecto físico y la imagen, ya no es algo ni centralizado en la mujer ni latente en el mundo del hombre. Los hombres se cuidan y no lo ocultan. La Revolución Industrial supuso un cambio en la concepción de la sociedad y del rol del hombre en la misma; y el siglo XX le abrió las puertas como sujeto activo dentro del mundo de la moda, la estética y la belleza física; un terreno anteriormente dedicado y vinculado casi con exclusividad al sexo femenino.

Este cambio está sujeto de manera directa con el auge en la década de los 90 del pasado Siglo XX por una valorización del culto al cuerpo sin precedentes. Un culto al cuerpo orientado al desarrollo de una tonificación física, en los hombres, caracterizado por la hipertrofia muscular, conseguido, en muchas ocasiones, a través de métodos opuestos al ideal de salud.

El cambio de rol social, que se ha producido sobre la figura masculina en referencia al denominado “culto al cuerpo” en los últimos tiempos, ha imbuido al hombre en el campo de la estética y la belleza física de tal forma que éste ha sido incapaz de escapar a su influencia, algo que, sin duda, el sistema patriarcal, y con ello la masculinidad tradicional hegemónica ha sabido apropiar como un ámbito de desarrollo de los contravalores de una masculinidad tradicional basada en la fuerza física, en el uso de la violencia, el poder y una sexualidad depredadora.

Desde la perspectiva de las masculinidades igualitarias, es nuestro deber caminar hacia la construcción de una sociedad, con un sistema de valores basados en la empatía, en un profundo autoconcepto. Un sistema de valores que entienda la diversidad, cualquier tipo de diversidad como un espacio para compartir y para crecer de manera compartida. Frente al modelo patriarcal de culto al cuerpo, como una esfera de poder donde reivindicar la fuerza física, desde las masculinidades igualitarias, debemos reivindicar el valor de la diversidad en los cuerpos, con el fin de poder liberarnos de los cánones de belleza que rige el sistema patriarcal.

 

Tomás Israel López Marín

              Agosto de 2023 

                     

Bibliografía.

-Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas. Anagrama, Barcelona.

- Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Anagrama, Barcelona.

-Connell, R. W. (2003). Masculinidades. Ciudad de México; UNAM.

-Connell, R. W. (2005). Masculinities (2nd Ed.). Berkeley, CA: University of California Press.

- Kimmel, M. (2011). The gendered society (4th Ed.). New York: Oxford University Press.

- Martínez Guirao, J. E. (2014) “Construyendo los cuerpos “perfectos”. Implicaciones culturales del culto al cuerpo y la alimentación en la vigorexia”. Universitas, nº 21, pp. 77-99.

- Martínez Guirao, J. E. (2019) “Cuerpos en riesgo. Implicaciones y consecuencias de la masculinidad en las corporeidades”. En Martínez Guirao, J.E.; Téllez Infantes, A.; y Sanfélix Albelda, J. (Eds.) Deconstruyendo la masculinidad. Cultura, género e identidad. Valencia: Tirant Lo Blanch, pp. 85-109.

Material complementario.

 -ADIÓS AL TRONISTA? http://lashoras-octavio.blogspot.com/2021/05/adios-al-tronista.html?m=1



[1] Martínez Guirao, J. E. (2014) “Construyendo los cuerpos “perfectos”. Implicaciones culturales del culto al cuerpo y la alimentación en la vigorexia”. Universitas, nº 21, pp. 77-99.

[2] Kimmel, M. (2011). The gendered society (4th Ed.). New York: Oxford University Press.

[3] Connell, R. W. (2005). Masculinities (2nd Ed.). Berkeley, CA: University of California Press

[4] Martínez Guirao, J. E. (2014) “Construyendo los cuerpos “perfectos”. Implicaciones culturales del culto al cuerpo y la alimentación en la vigorexia”. Universitas, nº 21, pp. 77-99.

[5] ¿ADIÓS AL TRONISTA? http://lashoras-octavio.blogspot.com/2021/05/adios-al-tronista.html?m=1

[6] Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Anagrama, Barcelona.

[7] Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas. Anagrama, Barcelona.

[8] Connell, R. (2003). Masculinidades. Ciudad de México; UNAM.

[9] Martínez Guirao, J. E. (2019) “Cuerpos en riesgo. Implicaciones y consecuencias de la masculinidad en las corporeidades”. En Martínez Guirao, J.E.; Téllez Infantes, A.; y Sanfélix Albelda, J. (Eds.) Deconstruyendo la masculinidad. Cultura, género e identidad. Valencia: Tirant Lo Blanch, pp. 85-109.


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