No es necesario
ser un experto en nada para entender la necesidad que tenemos en este momento
socio-histórico por fomentar mayor cohesión social y mayor convivencia
intercultural en cada uno de los barrios del Estado español. No es necesario
ser un experto analista para con, tan solo echar una mirada a los medios de
comunicación o redes sociales, la necesidad de comenzar, de manera urgente, a
construir más puentes y derribar más muros.
Quizás a raíz de esto, de la influencia de los medios de comunicación de
masas, estamos presenciando, como protagonista de una película barata, una
erosión constante de las relaciones basadas en la igualdad.
Tendemos hacia
la diversidad, hacia una mayor diversidad. De manera irremediable, viajamos en
una sociedad que tiende a ser cada día más diversa y plural, entendiéndose esto
desde la más amplia de las acepciones. La diversidad, de cualquier índole
(sexual, religiosa, étnica, ideológica, sensitiva, funcional…) ha sido, de
manera histórica, una fuente de capital humano de incalculable valor. Ante esta
realidad el reto se encuentra en el compromiso por la gestión de la diversidad.
Una gestión de la diversidad de carácter democrático.
Ante este
escenario, necesitamos herramientas y recursos. Herramientas concretas que
trasciendan las buenas palabras. Es el momento de los hechos y de las acciones.
De posicionarse ante una realidad, en ocasiones demasiado fluida. Y ante esta
realidad, muchas más veces de las que se debería, se suele obviar la Educación
Social, quizás como un simple erros, quizás como un síntoma. La Educación
Social como disciplina pedagógica promueve y facilita la incorporación e
integración de las personas a una realidad diversa caracterizada por unas redes
sociales cada vez más plurales, para la circulación social, el desarrollo de la
sociabilidad y la promoción cultural y social del mismo a través de la adquisición
de bienes culturales. Herramientas y habilidades que permitan a las personas ampliar
sus perspectivas educativas, laborales, de ocio, así como el desarrollo de
competencias para la participación ciudadana en su contexto más próximo.
La Educación Social,
como disciplina pedagógica, ha sido considerada tradicionalmente tanto desde la
perspectiva de los ámbitos específicos de trabajo del educador y la educadora
social, tales como la educación de adultos, la educación de calle o la
Animación Sociocultural, o a través de los fines que se persiguen alcanzar con
la acción socioeducativa. Desde el Consejo
Estatal de Colegios de Educadores y Educadoras Sociales (ASEDES) se define
la Educación Social tanto como profesión de carácter pedagógico como el derecho
del ciudadano y de la ciudadana, sujeto del proceso educativo, a ser integrado
a las redes sociales y así, poder acceder a bienes culturales que le permitan
ampliar sus perspectivas educativas.
Como
características distintivas de la Educación Social, el ámbito social y su
carácter pedagógico, deberíamos poner en valor tres de las principales maneras
de entender la Educación Social y su ejercicio profesional:
1. Como
forma primordial de la educación al atender a su esencia de perfecta
socialización del individuo.
2. Como
un aspecto importante de la educación general.
3. Como
forma pedagógica del trabajo social en casos de exclusión social y el riesgo de
exclusión.
Es a partir de
los años 80, en plena transición democrática, cuando en el Estado Español y «gracias al advenimiento de la democracia y a
las nuevas formas del estado del bienestar, al incremento de los sectores de
población marginal y, principalmente, a la conciencia de responsabilidad frente
a los nuevos problemas derivados de la convivencia», cuando el ejercicio
profesional de la Educación Social tuvo una rápida expansión en España lo que
se reflejó en el real decreto 1420/1991 que el 30 de agosto de 1991 creaba la
Educación Social como diplomatura universitaria. Una realidad que supuso de
catalizador en un momento en el que la sociedad necesitaba herramientas de cohesión
y no elementos de disgregación. Sin embargo, y aunque ha sido largo el camino
recorrido, en ocasiones parece que todavía nos encontramos en una larga
travesía profesional por el desierto. El desconocimiento hacia la Educación
Social por gran parte de la población, la ignorancia en cuanto a sus
competencias profesionales desde la propia administración, y el borrado de la
profesión en procesos selectivos, medios de comunicación… nos hace ver la
necesidad de seguir justificando cuanta falta hacen los educadores y educadoras
sociales en el momento actual.
Como he
comentado al principio de este texto, cada día caminamos hacia una sociedad más
plural y diversa, una sociedad marcada por el desarrollo de un capital humano
repleto de oportunidades. Solo, eso sí, si somos capaces de entender esas
diferencias como “lugares comunes” para el encuentro y la convivencia, algo
que, en este momento, muchos medios y posicionamientos políticos se empeñan en
distorsionar. Para construir mayor comunidad y mayor convivencia, necesitamos
mejores herramientas, y esa posición la ocupa, sin duda, la Educación Social.
Sin embargo, el
desarrollo de estrategias para la cohesión social y la participación ciudadana
requiere también del respeto y el reconocimiento hacia una profesión de
carácter histórico. Requiere del posicionamiento claro de aquellas personas que
ejercemos la Educación Social a diario y de la unión entre ellos y ellas. No
podemos mirar hacia otro lado, si en algún momento ha sido necesaria la
Educación Social para generar comunidad, es sin duda, ahora.
Israel López Marín.
Diciembre de 2020.
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