El pasado 28 de enero, la Audiencia Nacional pide que en el plazo de diez días el poeta y rapero Pablo Hasél ingrese en prisión por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la monarquía.
Una condena que se hace firme por cometer el delito de decir la verdad. Una condena que se cristaliza por difundir un mensaje que la historia, ha hecho real y evidente. Una condena que no es un ataque solo contra su persona, sino contra la libertad de expresión y contra la inmensa mayoría de la ciudadanía que, bajo ciertos pretextos, no podemos asegurar tenerla garantizada como tantas otras libertades democráticas.
La ley mordaza y otras leyes represivas del estado español llenan las cárceles de luchadores y luchadoras donde se les priva de libertad. Claros instrumentos de coacción que nos abstrae a un universo, cada vez menos distopico, de censura. El precio de la verdad es la sal en la herida, la criminalización de la verdad nos arrastra al oscurantismo de antiguos regímenes represivos y a la construcción de una posverdad de falsa equidistancia donde los medios de comunicación de masas actúan como agentes sumisos a la mano que les paga, mientras construyen a través de mentiras y manipulaciones un relato donde se legitima la violencia, la represión y la censura como instrumento de un sistema para alcanzar una supuesta seguridad.
La falacia de un sistema policial, disfrazado de democracia, se rompe en unas débiles costuras en su intento de perpetuar un sistema de clases. Bajo el firme pretexto de que todas y todos, feministas, ecologistas, libertarios, anarquistas, comunistas, inmigrantes, independentistas, anticapitalistas, obreros e independentistas somos personas peligrosas para el estado de derecho, terroristas y peligrosos para los poderosos el estado español demuestra que es delito contar la verdad, hablar claro sale caro, el precio de la verdad es el dedo en la llaga, otra evidencia más que confirma como está prohibido pensar, opinar y hacer uso de la libertad.
El artista Pablo Hasél será el primer rapero en entrar en prisión en Europa por el hecho de relatar acciones que el tiempo ha demostrado como verídicas. Una sentencia injusta que supone una humillación a los principios y valores democráticos no solo del artista, sino para cualquier persona o colectivo que pretenda salirse del discurso normativo. Ayer fue Valtónyc, hoy es Pablo Hasél, mañana podemos ser cualquiera. Ante esta situación, solidaridad, organización, compromiso y resistencia.
Israel López Marín