Desde los
orígenes del ser humano, la atención al parto ha sido llevada por mujeres:
mujeres que cuidaban de otras mujeres, comadres, parteras, comadronas que
brindaban cuidados trasmitidos generación tras generación. Cuidados empíricos
prestados por mujeres, para otras mujeres, y que se fundamentaban en una visión
holística del nacimiento.
Cuando la
medicina, estudiada y ejercida únicamente por hombres, tomó interés por los
procesos reproductivos de las mujeres, algo que hasta el momento era cosa de parteras,
brujas y otras comadres, la medicina intervencionista y reduccionista del ser
humano se apropió de los partos de las mujeres, y lejos de mirar al nacimiento
como un hito trascendental en la vida de estas, caracterizado por una vertiente
psicológica, cultural y emocional de gran peso, redujo este proceso a una
visión mecanicista, donde la salida mecánica de un feto vivo era lo único
importante. Precepto por el cual se justifica cualquier tipo de práctica en la
atención al parto, por deshumanizada que sea.
El saber
empírico cosechado a lo largo de la historia por las parteras, fue sustituido
por un modelo médico hegemónico, donde el conocimiento sobre la enfermedad era
ostentado por el médico, y en este recaía la capacidad de toma de decisiones. A
pesar de que la medicina trata de cambiar este estilo por un modelo
bio-psico-social, aun en la actualidad está muy presente en los sistemas
sanitarios, más si cabe, en el campo de la obstetricia y ginecología. Bajo el
mando de la hegemonía médica, a las mujeres les robaron el arte de parir.
Surgió así la
institucionalización de los procesos reproductivos de las mujeres, hasta la
fecha carentes de interés para una comunidad médica masculina, que más que ver
los procesos reproductivos como el embarazo y parto, como procesos
fisiológicos, fueron vistos como estados susceptibles de patologización, de
desviación de la normalidad, lo que dio pie a una medicina preventivista y a la
excusa perfecta para medicalizar, patologizar e intervenir en estos procesos.
La normalización de ciertas prácticas en el manejo del embarazo y parto, han
dado paso a una violación sistemática de los derechos de las mujeres, que no
solo vulneran el derecho a la información y decisión, sino que atañen
directamente a la integridad física y moral de cada una de las mujeres.
Desde hace 3
décadas la Organización Mundial de la Salud y Naciones Unidas, ante el
conocimiento de esta situación extendida mundialmente, han venido haciendo
recomendaciones sobre la atención al embarazo, parto y puerperio, con el fin de
garantizar una adecuada atención a los procesos reproductivos de las mujeres en
el mundo entero, y sobre todo a la humanización de los mismos.
El término
Violencia Obstétrica, fue definido por primera vez en Venezuela en el año 2007,
país que legisló sobra problemática de salud y al que le siguieron países
vecinos como México y Argentina. Pero ante las numerosísimas denuncias sobre
mala praxis y violencia recibida en los partos, y ante la falta de un consenso
internacional sobre el término; Naciones Unidas se posicionó en 2019 aclarando
los vacíos entorno a la cuestión y acuñando el término como una forma
incuestionable de violación de los derechos humanos universales en torno a los
procesos reproductivos de las mujeres.
Del informe,
bastante amplio, se pueden extraer conclusiones que a pesar de que a muchos nos
pueden parecer obvias, es preciso recordar a toda la comunidad médica en
concreto, y a toda la población en general:
- La Violencia Obstétrica es Violencia de Género. Es una forma de violencia que es ejercida solamente sobre el cuerpo de la mujer, por el hecho de serlo, y es estructural, pues el sistema social en que estamos inversos fomenta la desigualdad entre géneros, situando a la mujer en un rol de inferioridad respecto al hombre. Esta situación de inferioridad hace que las mujeres no vean satisfechas sus necesidades en cuanto a libertad, identidad, bienestar, información y toma de decisiones en torno al embarazo y parto.
Además la Violencia Obstétrica, se da en un grado de medida desproporcional a la violencia que pueda sufrir un hombre en cualquier otro proceso de salud o enfermedad.
La Violencia
Obstétrica es cultural y está normalizada, culturalmente aceptada e
institucionalmente permitida.
- La violencia obstétrica se da en cualquier momento del ciclo
reproductivo de la mujer, incluyendo
además del embarazo, parto y puerperio, toda la etapa fértil, menopausia,
anticoncepción, interrupción de embarazo, lactancia etc., aunque el término se
haya asociado más al momento de nacimiento.
-
La Violencia Obstétrica hace referencia a un conjunto de prácticas
degradantes, intimidatorias e inhumanizadas, y son ejercidas de manera física
o psicológica.
- La Violencia Obstétrica ejercida de manera física, no se sustenta por la evidencia
científica, está ligada a la mala praxis y lex artis implícita en las
profesiones sanitarias.
- El riesgo de sufrir Violencia Obstétrica se agrava en aquellos
casos de violencia intersectorial,
siendo más frecuente que la sufran mujeres de contextos socioculturales bajos,
exclusiones, mujeres racializadas o discapacitadas.
-
La Violencia Obstétrica es ejercida fundamentalmente por los profesionales
sanitarios ligados a la atención de los procesos reproductivos de las
mujeres. Cuando hablamos de Violencia Obstétrica no lo hacemos en contra de
ningún sanitario especialista en la atención al parto, pues la Violencia
Obstétrica supone una forma de violencia generalizada, aprendida e
interiorizada, la cual es ejercida en la mayoría de los casos inconscientemente.
Acuñar el término Violencia Obstétrica y reconocer que existe es el primer paso
para su erradicación, y para ello los profesionales deben ser conscientes de su
existencia, porque se da, en que consiste y que supone para madre y bebé. Solo
tomando conciencia de este problema, podremos mejorar nuestra práctica
asistencial y reconocer en que momento de nuestra actividad diaria, los
profesionales sanitarios estamos vulnerando los derechos humanos universales de
las mujeres a las que atendemos.
Las prácticas
que engloban la Violencia Obstétrica conforman una amplia lista de acciones.
Como ya he dicho, implican acciones físicas, las cuales se
realizan directamente sobre el cuerpo de las mujeres y generalmente agreden
directamente contra su integridad física, o pueden ser acciones verbales, coacciones o
intimidaciones. A pesar de que el trauma físico puede ser el más
evidente, la Violencia Obstétrica ejercida psicológicamente dejara una herida
mucho más profunda y difícil de sanar en las mujeres.
Las
principales prácticas que engloban la Violencia Obstétrica son:
• Sinfisiotomía: separación de la sínfisis del pubis para facilitar la salida del bebé. Esta práctica está catalogada como una forma de tortura hacia la mujer por Naciones Unidas.
• Esterilización forzada y aborto forzado. Muy frecuente en mujeres seropositivas, indígenas, o discapacitadas. A estas mujeres se les llega a engañar para justificar la esterilización de sus cuerpos o realizar abortos sin su consentimiento. Aunque parezca algo muy lejano, España se incluye en países que realizan este tipo de prácticas.
• Obligatoriedad de parir inmovilizadas. El parto y el dolor que se experimenta en él, necesita de libertad de movimiento. Es frecuente que a mujeres encarceladas se las someta a parir inmovilizadas. También se refiere por inmovilización a la sujeción de las piernas en la mesa obstétrica, también conocida como potro, tanto en el momento del parto como en la realización de abortos o legrados.
• Detención tras el parto. En algunos países donde la sanidad no es universal, y depende de seguros médicos o el pago por los servicios prestados, ante la imposibilidad de pago de la mujer parturienta, esta es retenida para su detención o hasta el pago de los servicios. Naciones Unidas establece que la atención al parto debe ser universal y gratuita para todas las mujeres, y que el nivel socioeconómico no debe ser lastre para que las mujeres gestantes puedan acceder a un servicio de salud.
• Cesáreas injustificadas, sin indicación médica o para generar un gasto sanitario mayor al de un parto eutócico. La tasa de cesáreas superan las recomendadas por la OMS en muchos países, están ligadas a lo anteriormente mencionado y al aumento de medicalización de los partos. El querer acelerar el proceso natural del nacimiento para que este suceda en un menor espacio de tiempo, supone una manipulación del proceso fisiológico en cascada, donde una acción nos lleva a realizar otra necesaria. La medicalización innecesaria de los partos, supone un mayor riesgo de acabar en cesáreas, precisamente por interferir en un proceso neurohormonal y fisiológico.
• Episiotomía. Consiste en un corte en el periné de la mujer bajo el falso precepto de facilitar la salida fetal. En la mayoría de los casos se hace de forma sistemática, rudimentaria y sin el consentimiento verbal de la mujer a la que no se le informa del procedimiento. La episiotomía es considerada la mutilación genital de occidente. Es una práctica tan generalizada y extendida que muchas mujeres al ir a parir piensan que es necesaria. Agrede directamente sobre la integridad física de las mujeres, deja secuelas a nivel físico y en muchas ocasiones genera un trauma postparto al sentir que han sido mutiladas.
• Uso de personal médico sin experiencia. No sólo el sometimiento de la mujer a numerosos tactos vaginales por los profesionales en formación, sino esta práctica incluye la realización didáctica de partos instrumentales, bajo fórceps, ventosas o espátulas, cuando no están indicados.
• Oxitocina sintética. Esta hormona provoca un aumento de las contracciones, y aumento del dolor. Tiene indicaciones médicas para su uso justificado, pero en muchos hospitales la administración de oxitocina sintética es protocolorizada, sin informar a la mujer de sus efectos y sin esta dar esta su consentimiento. El uso de oxitocina sintética puede tener efectos cerebrales en madre y bebé, influyendo en la creación del vínculo afectivo entre ambos, problemas de conducta a largo plazo en el bebé, correcto establecimiento de la lactancia materna, así como aumento del riesgo de rotura uterina, y pérdida de bienestar fetal.
• Maniobra de Kristeller. Esta maniobra está prohibida por la Organización de la Salud. Consiste en la realización de presión uterina para la extracción del bebé. Su uso sigue siendo generalizando, utilizando codo, antebrazo o todo el cuerpo del sanitario sobre las vísceras de la mujer. Esta práctica se asocia a rotura uterina, hemorragia postparto, traumatismos craneales en el feto etc. La realización de la misma implica más riesgos que beneficios y es por eso que la OMS la desaconseja y recomienda una tasa igual a cero en los servicios de salud.
• Vulneración de la intimidad y confidencialidad. Implica la poca intimidad en la realización de los tactos vaginales, y exploraciones ginecológicas, por la exposición de partes íntimas del cuerpo de la mujer delante de muchos profesionales, estudiantes y la confidencialidad de datos médicos, sobre todo la condición de seropositividad.
• Prácticas sin anestesia: procedimientos quirúrgicos en abortos espontáneos o voluntarios, legrados y suturas perineales.
• Aplicación de puntos de sutura de más. Consiste en la realización de puntos de sutura de más cuando se reconstruye el periné de la mujer que bien ha sido sometido a una episiotomía o ha tenido un desgarro normal. Se da bajo el precepto machista de aumentar el placer del hombre en las futuras relaciones sexuales, sin tener en cuenta lo que puede suponer para la mujer. Es una apropiación machista de los cuerpos de las mujeres.
• Falta de autonomía y capacidad de toma de decisiones. Cuando se ejerce Violencia Obstétrica, en la mayoría de los casos se omite el derecho de la mujer a estar informada, y por tanto su capacidad de decisión sobre los procesos que le atañen. La mayoría de las prácticas relatadas, suceden sin el consentimiento previo de la mujer, y en el caso de así tenerlo, bajo coacciones o habiendo dado una información errónea para conseguir su aprobación en base a los intereses de la persona que atiende el parto. La ley de Autonomía del paciente, en España, regula este derecho, pero es curioso como en la especialidad de obstetricia las prácticas realizadas, por invasivas que sean, como una episiotomía, no necesitan el consentimiento de la mujer. A nadie se le ocurriría hacer un tacto prostático a un hombre sin su consentimiento, pero en el caso de las mujeres, la concepción machista y la violencia de género permite que cualquier práctica que agreda a la mujer quede impune.
• Prácticas humillantes, agresiones verbales. Ejercidas por los profesionales sanitarios, tales como comentarios despectivos, y denigrantes cuando la mujer se queja de dolor por las contracciones, decide realizar una interrupción voluntaria del embarazo, manifiesta su dolor en el parto gritando etc.
• Separación madre y bebé tras el parto. en este supuesto se omiten los derechos de madre y recién nacidos reconocidos por Naciones Unidas. Todo bebé tiene el derecho de permanecer con su madre, y esta con su bebé tras el momento del parto, y no deberían de ser separados ni siquiera en los supuestos de partos por cesárea. Este derecho se vulnera en la mayoría de hospitales Españoles en el caso de cesáreas, aludiendo a la imposibilidad de permanecer el bebé en los servicios de postquirúrgicos de reanimación por falta de personal o de no ser estos específicos para mujeres. Constituye una forma de violencia institucional e inhumana de los servicios de salud hacia madres y bebés.
•
Incumplimiento del Derecho a estar acompañada. El derecho de estar
acompaña en todo momento en cualquier proceso reproductivo, en concreto al
momento del parto, está reconocido por la OMS y Naciones Unidas. La evidencia
científica asocia el acompañamiento de la mujer en el proceso de parto con
mejores tasas obstétricas, mejor control del dolor, mayor seguridad y
empoderamiento de la mujer.
La Violencia
Obstétrica no está exenta de consecuencias, y su relato sería objeto de otro artículo,
pero en definitiva se podría resumir en traumas físicos y psicológicos,
tanto en madres, como en bebes, a corto y largo plazo, así como
para los profesionales sanitarios que
presencian los hechos y ante la imposibilidad jerárquica de poder evitar a la
mujer ciertas prácticas.
A lo largo
del documento se ha hecho hincapié en que la práctica de Violencia Obstétrica
supone la vulneración de los derechos humanos universales de las mujeres en
todo el mundo. Estos derechos están reconocido por la Organización de Naciones
Unidas como:
El derecho a la salud, a no ser sometida a tortura ni a penas o tratos
crueles, inhumanos o degradantes, el derecho a la integridad personal, a la
información, el derecho a la autonomía y al consentimiento informado, derecho a
la privacidad e intimidad, derecho a la no discriminación, y el derecho a la
dignidad.
La práctica de Violencia Obstétrica,
supone en todos los casos la vulneración
de más de un derecho, y la violación sistemática de estos derechos hacen de la
Violencia Obstétrica una forma de violencia naturalizada en los centros de
salud.
En España, a
pesar de que la Sociedad Española de Ginecológica negaba en 2018 la existencia
de Violencia Obstétrica, en un intento de proteger a su colectivo, el 34% de las mujeres que han parido dicen
haber sido objeto de Violencia
Obstétrica, y en torno al 50%
manifiestan haber recibido prácticas sin
su consentimiento. Son datos devastadores, que no pueden ser obviados por
la comunidad médica, pues la Violencia Obstétrica supone ser una lacra para el
sistema sanitario del que tanto presumimos, y obvia profundas carencias en
cuanto a la atención humanizada entorno a procesos obstétricos.
Por ultimo me
gustaría hacer mención al término Violación de parto, un término acuñado por
Kitrzinger en 2006, activista británica en defensa del parto de baja
intervención, y destaca como algunas mujeres sienten el parto como una forma de
violación, y como muchas de las mujeres que han sufrido un parto traumático
presentan los mismos síntomas que las
víctimas de violaciones.
Para
erradicar la Violencia Obstétrica, no basta con responsabilizar a las mujeres
de ser conocedoras de sus derechos, como hasta ahora el sistema patriarcal
sanitario ha pretendido. Precisa de la formación de los profesionales
sanitarios, leyes que regulen la violencia de género, mucho más allá de la
concepción de que esta sólo es ejercida por parejas sentimentales, la formación
del poder judicial en esta materia para la protección de las mujeres que
deciden denunciar, y un cambio en el
sistema de salud, donde verdaderamente se vele por las mujeres, en los momentos
de su vida, que quizás sean más vulnerables. Los sistemas sanitarios no pueden
dar la espalda justo cuando mas son necesarios.
Los cuidados
humanizados, la integración de un modelo bio-pisco-social, la formación en
materia de derechos humanos al personal sanitario, y la protección de las
mujeres, supondrá y sólo así lo hará, la llave para erradicar este problema de
salud globalizado.
Ana Belén Alcaraz Marín
Matrona