El pasado 12 de junio, a ocho minutos después
de las diez de la noche, una cámara de seguridad de uno de los locales del Puerto
de Mazarrón graba a un hombre caminando hacia la Cafetería El Muelle, mientras
sujeta con la mano una pistola a la vista de todo el mundo. Llega a la citada
cafetería y le pega tres tiros en el pecho a un cliente: Younes. No es una película,
no es la escena de una serie.
Al grito de “¡moro de mierda!” un militar retirado, Carlos Patricio, asestó
tres disparos a Younes Bilal, de 37 años.
"No
quiero moros en el local", "los moros no tienen papeles"...
Días después, en Cartagena, una mujer
apuñaló a otra en una cola de alimentos de Cáritas al grito de “¡sudaca, nos quitan la comida!”.
El discurso del odio ha calado de manera
profunda, ya no es una quimera abstracta sobre la cual divagar. La extrema
derecha ha instrumentalizando el discurso del odio hasta provocar la muerte. No
son hechos aislados ni los supremacistas blancos están locos. Es odio racial, y
los culpables de que se extienda ocupan escaños, consejerías y tribunas de
opinión. Todo se encuentra perfectamente diseñado.
Construir una sociedad jerárquica y
violenta, basada en la segregación racial, no conduce a nada. Así no vamos a
ningún sitio. La discriminación y los prejuicios son dañinos para todos. No
podemos progresar negando la diversidad, la riqueza y la diversidad, ni
ejerciendo violencia sobre todo el que no sea blanco, nacionalista y fascista.
Israel
López Marín
Junio
de 2021
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