“Acercarnos progresivamente al logro de una
democracia auténticamente paritaria supone remover los cimientos sociales y
culturales que siguen legitimando una situación de desigualdad en función del
sexo.”
Introducción
El gran reto de
las democracias actuales es avanzar desde esta forma actual, imperfecta, hacia
un modelo capaz de acabar con el orden patriarcal vigente, que además de traducirse
en estructuras políticas y jurídicas, es, sobre todo, un orden cultural, y, por
ende, vertebra nuestras sociedades, las instituciones, las relaciones íntimas y
públicas, los procesos de socialización configurando nuestra identidad tanto de
manera individual, como de manera colectiva.
El orden patriarcal lleva siglos condicionando como nos hacemos hombres
y mujeres y como deben ser articuladas nuestras relaciones. El modelo
patriarcado nos remite, indudablemente, a una cuestión de poder, al monopolio
de lo masculino a la correlativa servidumbre femenina, es por ello que, los
hombres nuevos tienen que serlo más por su transformación profunda que por su
renovación externa.
Las democracias imperfectas.
Actualmente,
podemos afirmar que nos encontramos situadas frente a un contexto patriarcal,
una cultura basada en el dominio y la violencia, monopolizada por el varón
frente a una mujer sometida. La expresión de una relación de poder que provoca
discriminación de la mujer y que puede llegar, en el peor de los casos, a
generar situaciones de violencia física o psíquica contra ellas. La alargada
sombra del patriarcado sigue haciendo prisioneras a las mujeres de un sistema
jurídico aparentemente objetivo y neutro donde el orden político, económico,
jurídico… tienen género. Incluso el conocimiento científico está condicionado
por una visión heteropatriarcal que durante siglos ha primado lo masculino en
detrimento de lo femenino, a veces incluso invisibilizandolo.
Tal y como
afirma Salazar, la igualdad entre hombres y mujeres no será plena mientras que
no transformemos el orden patriarcal que sigue sustentando una clara diferencian
jerárquica entre sexos. Un sistema
perverso, y profundamente desigual que, sigue manteniendo una concepción de lo
humano basada en los privilegios masculinos y en la negación de la diversidad.
Esta situación de desigualdad y las relaciones de poder generadas, donde los
hombres poseen claros privilegios sobre las mujeres, se ejerce sobre estas por
parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan
estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad. Debe servir de
catalizador para la reivindicación del feminismo como marco teórico capaz de
proporcionar una justa valoración de las mujeres, de manera individual y
colectiva, a lo largo de todos estos siglos, así como un claro eje motor para
que la humanidad deje de conjugarse solo en lo masculino. Entre otras
dimensiones, en el ámbito jurídico, y en cuestiones tan urgentes y necesarios como
en violencia de género, la conciliación de la vida familiar y profesional, los
cuidados de las personas dependiente, etc. A la vez que, es necesario extender
y consolidar reflexiones sobre las masculinidades, de manera que aporten
propuestas que contribuyan a erosionar el modelo patriarcal y se dé visibilidad
a otros modelos de masculinidad.
Tal y como
expone Tellez, las relaciones sociales de poder en relación a los sexos, se
construyen y perpetúan culturalmente, por lo que, a través de una socialización
igualitaria y la coeducación, podemos transformar estas ideas machistas y
androcéntricas sobre las relaciones de género. Es por ello que, debemos
seguir insistiendo en la necesidad de la formación de género de los
profesionales de ámbitos como el derecho, la educación o la sanidad,
introduciendo la variable de la masculinidad. Estos cambios deben ir avanzando
hacia una clara erosión del modelo de masculinidad tradicional, que, aunque
obsoleto, es dramáticamente vigente en la actualidad, con el fin de revisar el
papel de los hombres en los espacios privados con el fin de redefinir la
paternidad.
A través
del texto de Salazar, podemos comprobar como en determinadas
circunstancias como la globalización o la crisis económica actual, están
provocando un freno en las políticas de igualdad, con consecuencias
especialmente negativas para las mujeres. La crisis del estado del bienestar
incide de manera especial en la efectividad de sus derechos en la medida en que
está provocando un recorte de las políticas de igualdad dirigidas a potenciar
una efectiva igualdad de género, y es que el compromiso por la democracia
paritaria supone objetivos mucho más ambiciosos que los meramente
cuantitativos. Otro claro síntoma de la fragilidad de una democracia incompleta
que sigue poniendo la desigualdad por cuestión de sexo como una mera moneda de
cambio de un sistema frágilmente basculado en un contexto donde, además, los
mismos medios de comunicación viven prisioneros de una paradoja porque, al
tiempo que muchos de ellos denuncian la discriminación de las mujeres, también
contribuyen a la reproducción de roles y estereotipos.
El progresivo
acceso de las mujeres a la ciudadanía y al disfrute igual de los derechos está
provocando en muchos hombres una reafirmación de la masculinidad patriarcal, en
cuanto que ven amenazadas sus cuotas de poder y son incapaces de reubicarse en
un contexto de iguales. Tal y como diría Bourdieu, la masculinidad tradicional, se
encuentra centrada en la “naturalización” de su hegemonía, donde cuando esta
falla, y es cuestionado su poder, aparecen otras formas más explicitas de
dominación. Una estructura de poder
desigual enmarcado en un modelo de masculinidad tradicional que se va
configurando sobre una lógica de poder desde la dimensión relacional, aunque
este poder no se encuentra dirigido hacia las mujeres únicamente, sino contra
todas aquellas personas que no presentan formas de masculinidad hegemónica
tradicional. Sin embargo, y como contrapeso a esta situación de amenaza
percibida por la masculinidad tradicional, vemos como a modo de contrapeso, en esta
última década se han empezado a organizarse grupos de hombres, aun minoritarios
y poco estructurados, que desde diferentes perspectivas han empezado a asumir
un papel activo en la lucha por la igualdad. Grupos de reflexión sobre la
condición masculina, mientras que en otros se asumen un papel social muy
activo, por ejemplo, en la denuncia de la violencia de genero. Una respuesta
social ante las violaciones de derechos de las mujeres ante las patentes situaciones
de discriminación.
Ante esta
dialéctica de masculinidad hegemónica frente a los modelos de masculinidades
igualitarias, Subirats afirma como el regreso del culto al guerrero en su
modalidad más visceral, una figura que renace al calor del regreso de la
extrema derecha, y que apuestan de nuevo por una masculinidad antigua, la
virilidad, en su modelo tradicional, está dejando de ser socialmente necesaria,
y, precisamente porque ya no tiene un valor real, se enfatiza y transmite a
través de toda una serie de imágenes simbólicas que tienden a magnificarla
porque sirve para mantener el dominio de los varones sobre las mujeres. El
modelo clásico del guerrero está dejado de tener vigencia en el mundo
occidental, mientras que, al igual que el capitalismo, el modelo de
masculinidad hegemónica se reinventa sobre sí mismo manteniendo su posición de
poder. Y es que, la desigualdad de género sigue existiendo en nuestra sociedad
sustentada culturalmente en sus representaciones ideáticas hegemónicas. Por ello, desde las nuevas
masculinidades o masculinidades alternativas debemos poner en cuestionamiento
la idea de masculinidad que venimos aprendiendo de manera tradicional, para
poder desaprender los roles de género adquiridos durante toda la vida y
perpetuados a lo largo de siglos. Esta
deconstrucción de la masculinidad hegemónica tradicional hacia un nuevo modelo
de masculinidad igualitaria es procesual, nos permite construir un camino que
debemos recorrer de manera conjunta y compartida. Aquí no hay competición.
En la línea de
lo que define Cobo Bendía es necesario redefinir la dicotomía público/privado,
y de este modo extender la corresponsabilidad desde la perspectiva que promueve
la teoría feminista para ejercer una profunda reflexión sobre el poder y el
dominio, tanto en el ámbito público como en el ámbito privado. La revisión de
la masculinidad hegemónica, y con ella sus métodos, con el fin de superarlo y
avanzar hacia una reivindicación permanente del feminismo con el fin de lograr
alcanzar un nuevo “pacto social”, tiene como objetivo construir una democracia
paritaria plena que nos permita cuestionarnos de qué modo nos hacemos hombres, y como ese proceso genera, inevitablemente,
consecuencias a quienes nos rodea, y a nuestra manera de entender la vida pública
y privada. Es más, tal y como expone Cobo, es necesario, además, entender el
sujeto político que constituyen las mujeres como colectivo y la necesidad de su
organización a través de una conciencia de clase explotada por el patriarcado.
Hasta el
momento, todos los esfuerzos han estado dirigidos hacia la reducción de la
discriminación hacia las mujeres, un largo camino propio de las democracias
occidentales a través del reconocimiento de derechos, sin embargo, y tal y como
afirma Rodríguez Ruiz, esto, tan solo ha supuesto mejoras puntuales en sectores
concretos que lejos quedan de suponer una verdadera desarticulación de las
bases estructurales de la desigualdad por razón de sexo. En la lucha contra la
discriminación por cuestión de sexo, las democracias occidentales han agotado
el discurso de los derechos. Derechos, que si bien, son necesarios, no terminan
de alcanzar las dinámicas estructurales de la desigualdad en las relaciones
entre hombres y mujeres.
Es necesario
definir un nuevo modelo de ciudadanía capaz de redefinir las relaciones entre
los sexos en base a la igualdad y a un nuevo “contrato social”. Un nuevo modelo
de ciudadanía capaz de poner los cuidados en el centro, como eje vertebrador de
una comunidad que además de reconocer una categoría de derechos, sea capaz de
reconocer una categoría de prácticas. La apuesta por el cuidado debe ser el factor
indispensable para la construcción de una sociedad más igualitaria. Implicarnos
como hombres en el cuidado debe ir, por tanto, hacia la construcción de la
masculinidad desde las relaciones en equilibrio y entender el cuidado como un
espacio propio. No como terreno en el que los hombres son invitados o en el que
las mujeres dicen cómo hay que hacer las cosas, sino que todos y todas somos
ciudadanos de pleno derecho tanto en el ámbito público, como en el ámbito
privado.
La gran
tarea que el feminismo tiene ante si, tal y como afirma Rodríguez Ruíz es la de
elaborar un modelo de ciudadanía que sea capaz de sustituir a aquel modelo de
ciudadanía que asocia la esfera pública con la independencia, mientras que la
esfera privada se ignora, se patológica, se privatiza y se minusvalora. Esa
dialéctica del espacio público/privado pretende rehabilitar la dependencia como
una cualidad valiosa del ser humano frente a una lógica neoliberal. Frente a
este escenario explotado por el capitalismo, la cuidadania pretende reivindicar la sostenibilidad y el cuidado
entre iguales como paradigma de pensamiento comunitario.
Un
paradigma capaz de reconocer la diversidad y la pluralidad y capaz de
transformar las relaciones sociales de la misma. Entender a las personas como
sujetos relacionales es entender, de manera indudable, concebir la dependencia
como un elemento constitutivo de nuestra propia autonomía. Es entender, y
reivindicar la necesidad de humanizar el actual modelo relacional y productivo
para que deje de pivotar sobre el individuo independiente, y comience a
percibir al colectivo desde una óptica perspectiva relacional.
A modo de conclusión.
Sin lugar
a dudas, cada vez es más urgente incorporar a los hombres en la construcción de
una sociedad igualitaria, una sociedad capaz de por el cuidado en el centro de
la vida tanto pública como privada, avanzando hacia un modelo en el que cada
vez, los hombres asuman, sin ningún tipo de complejo o duda, la participación
plena en todas las dimensiones necesarias para alcanzar esta igualdad real y
plena.
Sin
embargo, tal y como señala Bergara, y a pesar del consenso existente sobre la
necesidad de la involucración de los hombres a favor de la igualdad, no existen
apenas políticas públicas especificas enfocadas a los hombres. En primer lugar,
y de manera fundamental, se debe a que no existe apenas demanda por parte de
los hombres, un problema de verdadera trascendencia su pretendemos transformar
la dicotomía existente entre el ámbito público y el ámbito privado.
Generalizar
la ética y la práctica del cuidado conlleva de manera inexorable incrementar el
número de hombres sensibilizados, formados y comprometidos con la igualdad y en
contra de las violencias machistas, así como aumentar la corresponsabilidad de
los hombres en el trabajo doméstico y de cuidado.
El modelo
de masculinidad hegemónico conlleva un verdadero conflicto relacional, y por
ello, político. Graves problemas como el ejercicio de poder de los hombres
sobre a las mujeres, supone un ejercicio de violencia estructural de gran
calado histórico en nuestra sociedad. Es por ello que, como sociedad debemos
avanzar desde un modelo de democracia incompleta hacia la construcción del
desarrollo de un nuevo contrato social capaz de transformar la dimensión relacional
entre mujeres y hombres propiciando la creación de políticas públicas capaces
de superar el modelo de masculinidad tradicional hegemónica y trasciendan hacia
un nuevo modelo de sociedad igualitaria que apueste por el cuidado como el
centro de la propia vida tanto publica, como privada, y que se pueda
fundamentar en los principios de la cultura de paz y de la no violencia. Una
sociedad capaz de entender la diversidad y la pluralidad como un elemento
inherente de la vida y claro factor de enriquecimiento humano, un modelo que
lleve implícito la aceptación de los diferentes modos de sentirse hombre y
persona.
Ante este
gran reto, ante el desafío de la construcción de una sociedad justa e
igualitaria, debemos tener claro que es un camino de largo recorrido, un camino
complejo que comienza por un compromiso personal capaz de alejarla situación de
privilegio experimentado a través del pacto interclasista que supone el
patriarcado construyendo un espacio entre iguales.
Israel López Marín
Marzo de
2021
Bibliografía
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en Anastasia Téllez Infantes, Javier Eloy Martínez Guirao, Joan Sanfélix
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- Téllez
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Téllez Infantes, Anastasia (Ed.) (2017) IGUALDAD DE GÉNERO E IDENTIDAD
MASCULINA Editorial electrónica de la Universidad Miguel Hernández de Elche,
págs. 6-20.